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El mercado y el interés conductual se han convertido en
elementos obscenos como reguladores del contenido radiofónico, cuyas culpas son
achacadas al radioescucha, bajo la primicia de que puede elegir libremente sus contenidos en el cuadrante al igual que el televidente, cuando la oferta
de estaciones puede ser mayor que en la televisión pero el lineamiento de
opinión y de contenidos es groseramente homogéneo. El papel del Estado es de
complicidad al no exigir al concesionario el cumplimiento cabal de la ley y el
principio cultural para la utilización de los medios de comunicación, ante la presión
económica adueñada de la situación política.
La radio a diferencia de la prensa escrita, no ha sufrido de tensiones
derivadas de la relación entre los periodistas y formas de gobernar, debido a la sumisión casi
total de los locutores y comunicadores, que se han convertido en voceros
empresariales con opiniones uniformes en
busca de un sometimiento de opinión colectiva. La industria de la radio se
traduce en la fuente de empleos para aquel comunicador sin libre arbitrio y
domado para que su objetivo principal
sea la fama y el dinero, la exposición en el micrófono del tema frívola y una preparación escasa, que se puede sustituir con un premio o un
certificado de dudosa procedencia que pueda ser presumido en vez de un título
profesional. A cien años de la radio en México, resulta increíble que el
periodismo de entretenimiento social, resulte un término innovador, ante el
secuestro de los medios de comunicación, convertidos en medios de
condicionamiento. Más en www.somoselespectador.blogspot.com