La generación Cepillín necesitó de poca dosis televisiva para siempre recordarlo y convertirlo en el máximo payaso de latinoamérica y sin duda del mundo. Por situaciones políticas y de cerrazón discográfica, el payasito de la tele a lo largo de su trayectoria de medio siglo, si de algo estuvo alejado fue de la tele, pero el poco tiempo que estuvo en cuadro, que fue poco más de media década, sirvió para convertirse en un rompeventas de discos y convertir en un clásico sus Mañanitas al grado de desbancar Las Mañanitas de Pedro Infante.El éxito que le siguió a Cepillín hasta su muerte física de hace unos días, y que incluso se hizo tendencia con los cubrebocas de Cepillín en la terrible pandemia del coronavirus; fue a consecuencia de que Cepillín no fue un payaso hecho por la televisión sino un payaso que hizo televisión, ya que Cepillín tuvo la alegría de participar en circos lujosos y modestos cuando brillaba en la televisión y que no tenía necesidad de hacerlo o sí lo hacía, hubiera podido bastar que cantara o su simple acto d e presencia, pero no subirse al trapecio para hacer malabares o salir disparado del aparato del hombre bala. Tuve la oportunidad de entrevistar en varias ocasiones a Cepillín, cuyo carácter era fuerte pero amable con su público infantil, y entre las conversaciones que más recuerdo, es aquella que después de rendirle un homenaje con la colocación de las huellas de sus manos en los pasillos del centro comercial más importante de América Latina, le pregunté porqué Cepillín con su enorme talento y siendo un payaso único, ya no tenía más cabida en la televisión.Más en www.somoselespectador.blogspot.com