Quizá haya muerto la televisión que envolvía la pasividad de un llanto en aquella historia de amor que tachaba en lo cursi y repetitivo, y ahora estamos en frente de una televisión hiperactiva, que de no plantearse una actividad intensa o apegada a la realidad del televidente, está condenada a la pena de muerte que le brinda el control remoto o el teclado de un celular.